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¿De dónde vienes? Reflexiones sobre el sentido de la pertinencia?
Pertenecer es aceptar que somos seres en tránsito, que nuestra identidad es un proceso vivo, inacabado.
¿De dónde vienes? Una pregunta simple, casi cotidiana, pero que se vuelve imponente cuando nos detenemos a examinar su alcance. Nos han enseñado a responder con un nombre de ciudad, país o barrio. Nos aferramos a esas etiquetas geográficas como si fueran la esencia misma de nuestro ser. Pero, ¿somos realmente aquello que indica un punto en el mapa? ¿O hay algo más profundo, intangible y mutable que sostiene nuestra identidad y pertenencia?
Hace unos meses, al leer un texto en una revista dedicada a un pequeño pueblo cercano a Valencia, reflexioné sobre la idea de “pertenecer”. La revista exploraba cómo el arraigo a un lugar concreto conforma la identidad de sus habitantes. Sin embargo, esa reflexión me despertó un contrapunto interno: mis puertos, esos refugios a los que regreso en la memoria o en el pensamiento, no tienen una dimensión física fija. No se anclan a una coordenada espacial, sino a un entramado de momentos, emociones y tiempos.
Este tipo de pertenencia escapa a la lógica del espacio y se sumerge en la complejidad del tiempo y la experiencia. No existe una máquina del tiempo que me permita regresar a esos momentos o detener su flujo constante; sin embargo, esos recuerdos son tan reales y decisivos como cualquier geografía. Son intangibles, cambiantes, a veces efímeros, pero en ellos reside la esencia de mi sentido de pertenencia.
Paul Ricoeur, el gran filósofo de la identidad narrativa, nos recuerda que “la identidad es un acto narrativo”. Somos, en esencia, el relato que nos contamos sobre nosotros mismos. La pertenencia no es entonces un ancla rígida a un lugar, sino la historia que tejemos con nuestros recuerdos, decisiones y sueños. Somos más que el lugar donde nacimos. Somos el resultado de un proceso imparable de construcción y reconstrucción, somos las olas del mar en constante movimiento que vienen y van sin aferrarse a la costa ni a la profundidad.
Jorge Luis Borges, un brillante escritor del siglo XX, mejor que nadie investigó los caminos de la memoria y el tiempo, y dijo que “el olvido es la única venganza y el único perdón”. En esta frase se halla una verdad profunda: la identidad, y con ella la pertenencia, es también una cuestión de qué recordamos y qué dejamos ir. Olvidar no es solo perder, es también liberar. Recordar, en cambio, es afirmarnos, pero también atarnos a aquello que somos.
Por otro lado, Martin Heidegger caracteriza nuestra existencia como "estar-en-el-mundo" (Dasein), una presencia siempre ubicada, que simultáneamente define y es definida por su contexto. Este estar no es una fijación, sino un desplazamiento. Somos seres en cambio, en una permanente conversación con nuestro entorno, que a la vez nos transforma y nos es transformado. Por lo tanto, la pertenencia no es un punto estático, inmóvil, sino un flujo dinámico que nos atraviesa.
Esta fluidez también se expresa en la vivencia corporal, tal como instruyó Maurice Merleau-Ponty, quien afirmó que nuestro primer sitio en el mundo es el cuerpo. No solo residimos en lugares exteriores, sino que experimentamos la pertenencia mediante nuestra percepción, sensibilidad y movimiento. De este modo, el sentido de pertenencia está marcado por una vivencia que va más allá del mapa: es sentir, habitar, ser en el mundo.
Albert Camus, con su mirada sobre el exilio y el absurdo, añadió otra capa a esta reflexión. Para él, el hombre es un “exiliado perpetuo”, siempre en busca de sentido y pertenencia en un mundo que, a menudo, parece ajeno o indiferente. La pertenencia no es un punto final, sino una búsqueda constante, una tensión que define nuestra condición humana.
Entonces, cuando me preguntan “¿de dónde vienes?”, ya no respondo con un lugar físico. Un espacio que, aunque invisible, nos sostiene, nos define y nos acompaña en cada paso. Vengo de mis tiempos, de mis emociones, de mis encuentros y ausencias. Vengo de un espacio interior donde los recuerdos y los sueños se fusionan, se entrelazan el dolor y la esperanza, el olvido y la memoria. Vengo de una historia que no se limita a un punto geográfico, sino que se extiende como una trama viva donde todos los tiempos se cruzan.
Al fin y al cabo, pertenecer es aceptar que somos seres en tránsito, que nuestra identidad es un proceso vivo, imperfecto y inacabado, es una danza entre lo que fuimos, lo que somos y lo que deseamos ser. Nuestra auténtica pertenencia es un puente invisible que nos conecta con nosotros mismos y con el mundo, más allá de las barreras y los tiempos.
Quizás, entonces, la pregunta “¿de dónde vienes?” no sea para identificar un lugar, un punto geográfico, sino para invitar a la introspección, para hacer consciente ese espacio privado, íntimo, ese universo mutable donde se encuentra nuestra verdadera pertenencia. Y tú, ¿de dónde vienes? ¿Qué puertos internos te sostienen cuando el mundo afuera parece incierto? ¿Qué historias llevas contigo que te definen y transforman? En esa pregunta, tal vez, está la clave para entender no solo nuestro pasado, sino también el sentido profundo de nuestro estar en el mundo.
Tatiana Mukhortikova
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